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5 feb 2025

Un debate industrial de otro siglo

Foto: Parlamento de Navarra.-


Tribuna de opinión.-

Garrido Sola, M. | Parlamentario Foral de Contigo Navarra-Zurekin Nafarroa.-


El Parlamento de Navarra es muchas cosas. Es institución, es legislativo, es teatro, es empresa, es poder y es símbolo. Pero, sobre todo, el Parlamento es un espacio de conversación. Es un privilegio poder asistir un día tras otro a este Parlamento que, aunque es cierto que muchas veces resulta frustrante, repetitivo y algo impostado, si a uno le gusta la política, es decir, si a uno le gustan y le interesan los asuntos públicos de nuestra Comunidad, el Parlamento es una máquina de procesar opiniones, perspectivas y propuestas de los distintos asuntos que nos afectan.

Sinceramente, y aunque sé que no es la percepción ciudadana mayoritaria, creo firmemente que una parte muy significativa de los debates y conversaciones que acoge la Cámara navarra verdaderamente enriquecen la visión de los retos que tenemos como Comunidad y que marcan el devenir de las políticas públicas a medio plazo.  

Sin embargo, a pesar de esta perspectiva “optimista” del Parlamento, debo reconocer que hay un asunto específico del que me sorprende enormemente el bajo nivel, mediocridad incluso, del debate, y aunque quizá no sea el único, sí es el que más me extraña dada la trayectoria referente de Navarra en la materia. Hablo de la política industrial de Navarra.

Haciendo un resumen muy somero del tema, la situación industrial dibuja una encrucijada notable y central para el desarrollo de las condiciones de vida en nuestra Comunidad.

Quizá lo único que se salva del debate es el consenso que existe en la importancia del modelo industrial para el futuro de Navarra. Todas las fuerzas políticas somos conscientes de que la industria es un sector tractor para toda la economía por su elevada capacidad exportadora y su alta productividad media, que junto con una representación sindical mucho mayor que en otros sectores, impulsan al alza las condiciones laborales, y particularmente las condiciones salariales, de toda la economía navarra. Por supuesto esto no impide la precarización de otros sectores ni garantiza la dignidad laboral, pero sí ayuda a mejorarla, y para cerciorarse de ello, basta con analizar la situación comparativa de cualquier otra Comunidad menos industrializada del Estado.

Sin embargo, a partir de este punto de partida común, la realidad se complica. Mientras la industria agroalimentaria demuestra una enorme fortaleza -lo que es una gran noticia, pero debería revertir también a la dignificación de la producción agroalimentaria y de momento no se ven esos resultados- el resto de la industria sufre un entorno complejo. 

La economía europea, que supone alrededor de un 80% de nuestras exportaciones, no acaba de despegar, y sus dos principales puntales sufren zozobras sobre las que no se vislumbra un horizonte tranquilizador; Alemania no encuentra como sustituir la energía barata rusa que dinamizaba su economía y junto con Francia están sumidas en un caos político mayúsculo. A su vez, los llamados países emergentes -aunque alguno hace mucho tiempo que han emergido- con China a la cabeza practican una competencia desleal que deja a nuestras industrias en una situación de desventaja de partida, condición que se agrava sobremanera con el enorme retraso tecnológico y digital que sufrimos en todo el continente respecto a EEUU y el sudeste asiático. Nos flaquean las piernas para acelerar una transición energética en la que vamos con retraso, puesto que de nuevo China nos lleva una ventaja indudable en la economía vinculada a la electrificación energética, particularmente en la producción de baterías, de aerogeneradores y de paneles solares, lo que deja a nuestra industria automovilística y energética en una posición muy vulnerable. Y, para rematar, Estados Unidos está girando su estrategia económica del atlántico al pacífico, cuando no directamente a encerrarse en sí mismo, cuestión que se va a agravar con la llegada de Trump y que supone una enorme incertidumbre para el futuro económico de todo el continente, que no es autosuficiente ni en materia energética, ni tecnológica -mención aparte merece la dependencia relativa a los semiconductores-, ni en materias primas.

Toda esta situación que nos afecta directamente -no hay más que ver la incertidumbre que viven empresas como Volkswagen o Siemens Gamesa- se agrava por una dinámica económica que tiende a la concentración del capital, es decir, a que las empresas cada vez sean menos, más grandes y estén en pocas manos. Esta cuestión favorece su falta de arraigo territorial y deslocalización -proceso que está sufriendo, por ejemplo, la plantilla de BSH Navarra- y la centralización de los centros de decisión en grandes capitales -como sucedió con Berlys-Taberna al ser comprada por el fondo CVC- lo que es enormemente perjudicial para una economía regional como la Navarra.

Como decía, en definitiva, un entorno complejo que requiere de una política industrial proactiva, emprendedora, inteligente y dispuesta a asumir riesgos, que logre desarrollar un modelo industrial regional capaz de desarrollarse en este entorno global. Consciente de esta realidad, el Gobierno trabaja acertadamente en dinamizar los factores de competitividad de Navarra (I+D+i, conocimiento, energía limpia y barata o alta cualificación), mejorar la relación entre la administración y la industria (agilidad administrativa, ventanillas únicas y espacios de gobernanza participativa) e implantar de cadenas de valor completas y circulares en sectores estratégicos (Movilidad eléctrica y conectada, energía verde, turismo sostenible, alimentación saludable, medicina personalizada e industria audiovisual) que arraiguen en el territorio y tengan aquí sus centros de decisión, o al menos, una parte significativa de los mismos. De hecho, a pesar del contexto de incertidumbre antes expuesto y de situaciones enormemente dolorosas como las de BSH o Sunsundegui, en 2024 en Navarra alcanzamos el mayor nivel de empleo industrial de nuestra historia, el PIB creció muy por encima de lo previsto y más de 3 veces por encima de la media de la eurozona, y a lo largo de todos y cada uno de los meses de año, se crearon muchas más empresas de las que se destruyeron.

Así pues, ¿Cuáles son los grandes puntos calientes del debate acerca de la política industrial de Navarra? ¿Será la selección de los sectores estratégicos? ¿La financiación del Sistema Navarro de I+D+I? ¿Acaso será la necesidad de reducir la dependencia del sector del automóvil de la Volkswagen? ¿Será la relación de la industria de la energía verde con las comunidades limítrofes que demandan energía barata? ¿O adecuar la oferta formativa superior a las necesidades existentes? ¿O la efectividad de la financiación pública para la transición ecológica o digital? ¿Será la falta de formación digital de las direcciones de las empresas navarras? ¿La distribución territorial de la industria? ¿La velocidad de la implantación de la inteligencia artificial? ¿La falta de canales de financiación para las srtart-ups? ¿O la mejor manera de favorecer la internacionalización de las empresas? 

Estos y otros muchos otros interrogantes deberían ser parte esencial de una conversación que tiene infinitas aristas, en la que se entremezclan las escalas globales, regionales y locales. Pero, sin embargo, no lo son. 

El debate se centra, o más bien lo centran, en el retraso del desarrollo del Tren de Alta Velocidad, la supuesta fiscalidad asfixiante a las empresas navarras (notablemente inferior para la gran mayoría de las empresas que la fiscalidad del régimen común y muy inferior a la de las personas autónomas y trabajadoras) y la peligrosidad que suponemos la amalgama de fuerzas nacionalistas social comunistas que apoyamos al ejecutivo y cuyo objetivo último no es otro que empobrecer Navarra (esta afirmación no merece comentario adicional).

Uno espera -y me dirigiré específicamente al principal partido de la oposición puesto que es quien marca los ejes del debate- que Unión del Pueblo Navarro pueda mostrar sectarismo en cuestiones de convivencia, de euskera, de políticas migratorias o de derechos sociales. Pero no alcanzo a comprender como una fuerza política que ha sido clave y protagonista en el desarrollo de esta Comunidad se ha quedado anclada en los dogmas de la política industrial del siglo XX, incapaz ya no de plantear una alternativa a la política industrial del actual ejecutivo, sino de mantener una mínima credibilidad como partido solvente en materia de gestión económica para nuestra Comunidad. Y no lo señalo sencillamente para contribuir al debilitamiento de la oposición o para señalar la necesidad de profundizar la senda política iniciada en 2015, sino porque de verdad creo que, pese a que a las fuerzas que actualmente sustentamos el Gobierno nos conviene y mucho la incapacidad de UPN de dibujar una alternativa, Navarra necesita un debate serio sobre su futuro industrial. Así pues, la actual situación no solo debilita a la oposición, sino que también debilita el debate, la utilidad del propio Parlamento, y con ella, la capacidad de identificar los fallos y las alternativas de la política industrial de nuestra Comunidad. Navarra necesita un debate industrial propio del siglo XXI, pero claro, para ello, también necesita una oposición a la altura.

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