El cuarto poder, el periodismo, surgió esencialmente por la necesidad de información que emana de las personas. Este aporte de conocimiento generó vicariamente un control sobre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. A pesar de tener su regulación y estar amparado en un marco legislativo que dicta unas normas de funcionamiento, el periodismo es una profesión que se infantiliza y ridiculiza por personas que no han recibido la formación necesaria. Es inherente a cada ciudadano que, por compartir una información, ejerce sin querer la labor del periodista. Pero en ningún caso, se le ocurriría a ese ciudadano, crear una ley, por ejemplo.
En nuestra sociedad, sabemos que tomarse la justicia por tu mano está penado por la ley y que tampoco alguien puede gobernar sobre otros sin haber pasado antes por un proceso de elección democrática, a excepción de las dictaduras. Sin embargo el periodismo padece esa indefensión. Parece como si los poderes que se reparten el podio del poder, estuvieran lanzando su revancha por tantos años de control y quisieran dejar debilitándose poco a poco a un 4º clasificado que está malherido. Aquí es dónde creo que la inactuación, les hace un flaco favor. Porque a pesar de que las falsas noticias puedan beneficiarles directa o indirectamente, forman parte de una colectividad, de una sociedad que está viendo perjudicada su salud. Estos tres poderes deberían procurar un periodismo igual de limitado para sus profesionales y establecer unos canales fiables corroborados entre otros métodos, por mecanismos como el fack-checking.
En términos lingüísticos, una red es una maraña de fibras interconectadas en la que necesariamente debe haber nudos y cruces de unas fibras con otras para conseguir precisamente eso, el efecto último de la red que es sostener, atrapar. Es un concepto peligroso para incorporarlo a la información, y no es una teoría premonitoria, ya es algo sabido que cualquier información compartida en las redes es influida por la opinión pública que actualmente allí se crea y extiende. Esto último no es algo malo, al contrario, es perfecto. La información también debe contribuir a generar opinión pública para que la ciudadanía disponga de la información que le haga decidir libremente. Pero si en las redes sociales, en la maraña cibernética, la información se puede confundir fácilmente con opinión, y lo que es más problemático, con propaganda, se deben asegurar unos canales, en donde la población esté segura de que lo que consume, es información sin adulterar.
Aquí es donde el periodismo, debe dejarse ayudar, o debe reconocer que necesita la ayuda de los otros tres poderes que hasta ahora controlaba y debe seguir controlando. El poder legislativo, ejecutivo y judicial deberían cooperar para diseñar unos canales herméticos de las redes sociales y además establecer una regulación sobre el uso de la información falsa a la ciudadanía. Sancionar el bulo, la mentira y la manipulación de información del mismo modo que gestionan el resto de elementos, incrementaría el cuidado con el que una persona informe a la población de un hecho ocurrido.
Es simplemente por lógica. Por un lado, si las redes son sociales, debe haber una jerarquía y un ordenamiento al igual que lo hay en una calle peatonal, en la que hay comercios y bares y al fondo pasa una carretera con semáforos. Todo está regulado porque es una sociedad. De lo contrario, estaríamos permitiendo, que se privatice el espacio público. Por otro lado, se debe trabajar en que esos canales seguros a donde la ciudadanía acudiría a consumir información verificada tuvieran la máxima pluralidad informativa posible. El trabajo para conseguir esto estaría orientado a eliminar la guerra de marcas informativas, eliminar las líneas editoriales de los medios, eliminar la necesidad de publicidad para sufragarse los gastos y obtener beneficios (ya que esto condiciona mucho los contenidos), y así, de esta manera se conseguiría potenciar en esos canales de información la rigurosidad y reposo informativo necesario para que las noticias no generen desconfianza.
Y es que de eso se trata. Esta mejora de la salud informativa, obligatoriamente beneficiará a la sociedad. ¿Por qué? Pongo un ejemplo. Sin duda un fraude electoral en el recuento de votos arruinaría la salud democrática de un país, peroen el caso de la manipulación del votante, no se suele apuntar con la misma intensidad (repulsa social deteriorada) a la influencia que tienen muchos medios en los resultados electorales. Esto no puede ser, no es correcto, el periodismo debe asegurar la libre elección de los representantes políticos. Para ello debe propiciar un marco de convivencia inclusivo, tolerante y que cuide el medio en donde vivimos, el periodismo debe atenerse a la voluntad del ciudadano y para ello debe aportarle la información necesaria y correcta para que decida libremente y no lo que al medio le convenga.
La verdad es lo que hace que todo funcione hacia delante, vale que, con aprendizajes del pasado, corrigiendo los fallos cometidos a pesar de las mejores intenciones que se haya tenido para evitarlos, pero como decía, la verdad impulsa a seguir adelante. Por el contrario, la mentira da la necesidad de tener que detenerse y retroceder al pasado en donde se rompió la confianza. «Donde hay confianza da asco». La confianza no da asco, al revés, es maravillosa, da asco qué y quién la quiebra. La ética de las personas debe asegurar que nuestra labor profesional, al igual que nuestro comportamiento social, aporte al entorno confianza. Hay que cambiar el modo de pensar, porque incurrimos en un error pidiendo a otra persona su confianza, cuando nosotros no le demostramos lo mismo. Debemos pasar del: Confía en mí; porque es claramente una orden, una condición; al: Confío en ti, lo vas a hacer genial; que sin duda es una muestra de fraternidad. El periodismo es, al margen de los que dan asco, la mejor manera de demostrar la confianza porque es la mejor forma de contar la verdad.
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