- Pobreza
- Violencia doméstica
- Abuso de drogas y/o alcohol
- La muerte o el abandono por parte del padre, de la madre o de ambos
- Guerras
- Trabajo infantil
- Desastres naturales
- Colapso socioeconómico del país en el que habitan
- Cuestiones relacionadas con la migración
- Razones socioculturales
La realidad de la calle
Una vez en la calle, estos niños y niñas se enfrentan a la hostilidad de lo desconocido bajo la amenaza constante de la desnutrición, la adicción a las drogas y los abusos sexuales. Buscan cualquier cobijo para esconderse. Allí, duermen como pueden, comen lo poco que tienen y se establecen en pandillas como si de una familia se tratara. Saben que corren el riesgo de ser capturados por redes criminales dedicadas a la prostitución y al narcotráfico. En muchas ocasiones son seducidos con dinero y mentiras, pero otras veces —si cabe alguna diferencia— son secuestrados.
La problemática de los niños y niñas de la calle se extiende por todos los continentes del planeta. La India encabeza esta deshonrosa lista con 11 millones de niños de la calle, seguida de Brasil con 10 millones y Rusia, que suma 3 millones. A pesar de que los primeros tres países no se encuentran en el continente africano, la suma de niños de la calle de todos los países de África supera ampliamente los ejemplos anteriormente citados.
Estos datos revelan una problemática social urgente, pero las leyes de la mayoría de los países mencionados no tienen la intensidad ni rigurosidad necesarias para obtener una solución. A pesar de ello, existen numerosas organizaciones administrativas y religiosas que prestan sus servicios para ayudar a estos niños y ofrecerles una alternativa. Un futuro.
“Siempre ha habido niños en la calle”
Lamentablemente, esta frase tiene un significado normalizado en muchos núcleos rurales o periferias urbanas de países que todavía están en desarrollo y refleja una realidad que dista mucho de una solución inmediata. En el documental Born on The Street - Los hijos olvidados de Cochabamba (Nacido en la calle), se muestra la realidad de los niños de la calle en Cochabamba, Bolivia. Cecilia Navarrete pertenece a la ONG cristiana Comisión de Promoción Social, y analiza la cultura rural de la sociedad boliviana:
Esta problemática de los menores precisa de una solución de índole cultural. Una gran parte de estos niños nacen en entornos de pobreza y desde muy pequeños asumen la responsabilidad de obtener recursos para sus familias. Todo esto supone una presión psicológica muy fuerte para ellos, que ven cómo sus seres queridos están en apuros económicos y sienten la necesidad de trabajar antes que la de jugar o la de ir a la escuela. En esos trabajos, los niños explotados tienen entre 10 y 16 años. Realizan jornadas laborales largas, en algunos casos de más de 14 horas. Tampoco disponen de días de descanso y los sueldos son mínimos.
La problemática de los “hogares”
Pese a existir una buena voluntad de muchas organizaciones dedicadas a paliar esta problemática creando centros donde acoger y atender a los niños de la calle, muchas veces se cometen errores bastante contraproducentes. En Cochabamba, al menos por un tiempo, varios de estos “hogares” dedicaron sus esfuerzos a llevar alimento y vestimenta a los niños “allá donde se encontrasen”. Vieron que esta dinámica repercutía negativamente, ya que a la larga fomentaba que los niños se acomodasen en las calles y no sintieran la necesidad de acudir a los centros sociales para recibir, por ejemplo, una educación. Además, en el caso concreto de Bolivia, una mala gestión política establecía que los “hogares” fueran centros abiertos. Cira Castro, de Defensoría de la Niñez, es directora de uno de estos centros y crítica de esta ley:
La otra cara de la moneda
Sin embargo, si nos fijamos en Filipinas, la gestión institucional de los niños de la calle hace que la problemática sea opuesta. El Gobierno de Bongbong Marcos, predecesor de Rodrigo Duterte, mantiene la responsabilidad penal de la población en los 15 años de edad según la enmienda: No. 10630, llamada Enmienda de la Ley de justicia y bienestar de menores de 2006 o RA 9344. Lo que significa que cualquier menor que tenga entre 15 y 17 años puede ingresar en prisión. Pero además, fuentes de Human Right Watch y de Admistía Internacional denuncian que se quiere bajar el límite entre los 9 y 12 años de edad.
Al margen de estas restricciones, la actuación de los asistentes sociales se limita a capturar menores y encerrarlos en el reformatorio de Manila. UNICEF, junto con la Comisión de Derechos Humanos consideran que el reformatorio de la capital se asemeja a una prisión en la que los niños son retenidos y hacinados sin ser provistos de alimento y una cama siquiera. Juñie Ann Regalado es activista por los derechos humanos en Manila y asegura que:
De esta realidad se deduce, que las duras condiciones del reformatorio de Manila hacen que los niños prefieran huir de las autoridades antes que ser atrapados y encerrados sin ningún programa de reinserción ni de formación. Precisamente los castigos físicos, e incluso los castigos pasivos —la falta de afecto es uno de ellos— y la marginación que sufren, hacen que los niños prefieran las duras condiciones de la calle a ser encerrados en esos centros. Las calles son duras sí, pero en ellas acostumbran a inhalar o esnifar fuertes disolventes que les hacen olvidar el hambre, la realidad y sobre todo el sufrimiento. Lo peor de todo es que acaban dependiendo de este hábito, que afecta a su sistema nervioso todavía en formación.
¿Qué pasa por sus mentes jóvenes?
Por lo tanto, esta situación ni se soluciona dejándoles escoger voluntariamente el ingreso en los “hogares” como ocurre en Bolivia, —porque supone no generar ningún tipo de afecto con el niño, a parte de que no son lo suficientemente maduros para tomar una decisión correcta—, ni tampoco a la fuerza con una estricta ley como es el caso de Filipinas en la ciudad de Manila.
Según la psicóloga mexicana Patricia López que trabaja en un centro de menores en México D.F.:
Es de esta manera, con mucho trabajo, poco a poco, con terapias y dedicación, como los niños se van desahogando y van depurando su subconsciente. "Cuando afloran sus lágrimas, lo que dejan entrever es un trauma originado por una falta de afecto", analiza López. Los gobiernos deberían realizar el trabajo de separar las leyes hechas para adultos de las que realmente necesitan los niños. Un precoz y efectivo rescate de los niños de la calle evitaría años de terapias, de sufrimiento y de tiempo perdido sobreviviendo en las calles.
La solución pasa por concentrar los esfuerzos de quienes hoy en día ya están dispuestos a ayudar a estos niños en la dirección correcta, establecida bajo la supervisión de expertos infantiles, psicólogos, asistentes sociales, profesores, familias dispuestas a ayudar, políticos comprometidos, etc. Todo orientado a conseguir una ley que devuelva ese afecto inexistente a sus vidas, una ley que les devuelva la niñez, una ley que ame. Se necesita una ley para amarles, porque la falta de amor es lo que les ha llevado a las calles.